Las fiestas navideñas son toda una mezcla emocional, se juntan experiencias de ilusión amorosa y reencuentro familiar con dolores y tristeza, tanto por el recuerdo de las personas que no están como por la obligación de tener que cumplir con el rol familiar y ver a las que si están, pero que no quieres tener cerca. En Navidades, aún más que en otras épocas, las exigencias sociales y culturales que acabamos interiorizando parecen multiplicarse, y pueden ser unos días especialmente difíciles.
Pikaramagazine lo explica de forma muy clara en su artículo de este mes: “En las personas que convivimos con sufrimiento psíquico este puede acrecentarse en estas fechas por más motivos. Hay traumas familiares (a veces hasta agresiones importantes y situaciones de abusos) que nunca se abordaron en la familia. Hay gente que año tras año se vuelve a ver sentada frente a frente con sus recuerdos traumáticos, compartiendo salón y decoración del árbol con sus maltratadores o abusadores. Gente a la que sus propios sentimientos mezclados de rabia, impotencia, vergüenza, añoranza, culpa… le complican mucho tener bienestar en estas fechas de mayor contacto con el entorno donde todas estas sensaciones se originan.”
Navidad es una época de sonrisas (genuinas o máscaras), regalos, pensar en las personas a las que quieres y desearle una lista interminable de buenos deseos y quererles bien, a la vez que ocurre un consumismo capitalista como de las pocas formas de demostrar a las personas que quieres cuánto te importan, cuanto más caro y exclusivo sea el regalo, más lo demuestras.
Esta época siempre me ha presentado un debate social interesante, no hay una vivencia correcta ni una posición que esté mejor que la otra, la ilusión y el reencuentro familiar es maravilloso, las personas que viven la posición política de no celebrar ninguna fiesta asociada a una religión es estupendo, aquellas personas que están intentando sobrevivir a la normatividad impuesta y escriben y se rebelan contra ello es admirable…
Hoy dentro de las otras realidades existentes en este entorno navideño quiero hablarles sobre lo que popularmente se llama “la familia elegida”, esa red afectiva de apoyo que no te vino al nacer, pero que se ha creado y fortalecido con el contacto y el compartir la vida, para romper la idea de la familia de sangre como la única que hay.
La situación es que, por azar nacemos en una familia determinada. A lo largo de nuestra vida nos bombardean con un modelo de familia ideal que debería ser, esa imagen predeterminada de las películas en donde todas las personas sonríen y se cogen de la mano. Esta sociedad nos habla de cómo deben ser las familias de acorde a este idilio (normativo por supuesto), lo que “se olvidan” de mencionar es que cada persona tiene una mochila de experiencias, dolores e interpretaciones de la realidad que en interacción con otras, pueden generar ciertas dinámicas muy lejos de ese ideal. Existen presiones, normas, roles, tabúes, expectativas, frustraciones, prejuicios, estigmas, relaciones dañinas, egoísmos, intolerancias… miles de combinaciones que pueden hacer que la familia que “nos tocó” sea una fuente de malestar y sufrimiento.
Y aquí vienen las navidades a exaltarnos este espíritu de unión, de tener que estar con estas personas y ser feliz a toda costa porque es lo que toca y lo que nos bombardean en la tele. Se potencia que generemos lazos fuertes con aquellas personas con las que tenemos vínculos sanguíneos o políticos, y que por el simple hecho de compartir eso todo está permitido y excusado (a veces con unas estrategias de negación muy crueles), cuando no por ser de nuestra familia, son siempre personas positivas para nosotras. En los peores casos estos núcleos familiares no poseen la estabilidad emocional deseable para poder desarrollarnos en el bienestar que queramos y necesitamos. Todo asumiendo que no hay ningún tipo de mala intenciones en estas dinámicas, como bien explicábamos en nuestro Instagram con el cuento de los monos “Muy buenas intenciones, malos métodos”.
En estas fechas, un poco movida por esta normatividad social viajo siempre a Tenerife, a visitar, cumplir, reencontrar y de paso celebrar algún cumpleaños familiar. Y me descubro con la ilusión no solo de reconectar con mis raíces y la tierra que me vio crecer, sino de encontrarme también con toda esta red afectiva de amigos y amigas que dejé en la isla cuando me mudé a Barcelona. Y en este proceso me encuentro con las palabras de Roy Galán en su artículo “renombrar la independencia”
“Hemos entendido con el tiempo que familia es lo que nosotras llamamos (y sentimos) como familia. Que nada tiene que ver con la sangre, con las directrices externas o con una imagen concreta impuesta. Familia es todo aquello que nos proporciona los afectos y cuidados suficientes para no perecer.”
Y no es habitual encontrarme estas narrativas en las personas que vuelven a la isla “Yo vengo porque quiero ver a mis amigas, y ya de paso ceno con la familia”. Navidad para mi es una época bonita porque nos reunimos todas las personas que hemos estado fuera buscándonos la vida, nos reencontramos en unas fechas concreta donde sabemos que estaremos todas aquí y podemos regalarnos buenos momentos de reencuentro, puestas al día, recuerdos y proyectos. Estos vínculos que nos ayudan a evolucionar, que nos apoyan y sustentan en situaciones difíciles, personas con quienes podemos contar cuando hay problemas y alegrías, que nos escuchan de forma empática ante reflexiones y preocupaciones, o que nos sonríen y se iluminan con tu ilusión cuando les hablas de cómo avanzas profesionalmente… esas personas para mi son la familia elegida, mi red afectiva.
Tal y como está la educación emocional y afectiva hoy en día, la familia de origen (la que nos tocó) se convierte en un núcleo vincular funcional en donde hay que tirar para adelante y sobrevivir, y en muchas ocasiones el ajetreo de la vida y los tabúes emocionales (de esto no se habla) no nos permite tener un clima afectivo, en donde hablemos de lo que nos pasa y contarnos las cosas. Sobreviviendo tras la honorable fachada de la familia feliz (esa de los marcos de los cuadros en las tiendas de regalo) algunos temas y diferencias individuales se vuelven tabú, sin gestionar lo que necesitamos, descubriendo amargamente que tu núcleo familiar no es ese en donde tu puedes ser tu, sino tu rol impuesto.
Es ahí donde nuestra red afectiva nos tiende siempre la mano y se vuelven un pilar fundamental: lo que no podías hablar en casa lo terminas hablando con estas personas que te acompañan y claro, es en ese café, en esa caminata o ese día en el parque que te sientes en “casita”, son ese puerto seguro donde descansar de los pesos de la vida, ese “apego seguro” que te atiende, te acompaña y te deja autónoma a la vez.
En todo nuestro trabajo activista, siempre ponemos el foco en de-construir el concepto de amor, y reconstruirlo en nuestra red afectiva desde una perspectiva más inclusiva y amplia. La norma nos vende el amor dentro de un modelo piramidal: La pareja (relación sexo-afectiva principal) estará en la punta, ocupando todo espacio de privilegio, dedicación y prioridad. Debajo de esta persona estará la familia de sangre, ese mandato normativo que nos exige una lealtad ciega, y ya si sobra tiempo y espacio en esta vida precaria, nos encontramos al resto de nuestro entorno social: amigas, amigos, colegas de trabajo, compis de clase…
Nos empujan a un modelo romántico-familiar, desplazando esa red que quizás es más tolerante y afectiva con quién soy en la base olvidada de la pirámide. Para mi esa base es la que me sostiene, y decido invertir el triángulo poniendo en prioridad a mi familia elegida, mi red afectiva.
Ampliemos el prisma del amor al resto de personas que nos hacen bien, sin roles tan rígidos y marcados, en la obligatoriedad del estar.
Existen ideas de que en esta vida tenemos que valernos por nosotras mismas, idolatrando la idea de fortaleza como independencia “no necesito a nadie, yo sola puedo”. Para mi la realidad es que somos seres sociales que vivimos, crecemos y nos reflejamos en los afectos, tenemos necesidades de pertenencias y cariño que no nos convierte en personas débiles, sino en seres humanos que quieren pertenecer y evolucionar en una comunidad que nos haga bien.
Y es con esta familia elegida, en esta red afectiva donde quiero yo celebrar los buenos deseos navideños, la esperanza de un 2019 creciendo juntas, apoyándonos en los obstáculos y sonriendo ante los éxitos, con sororidad, con cuidado, con gestión emocional y resolución de conflictos desde la visión del encuentro.
Así si tienen sentido el mensaje de estas fiestas.
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