Hace un tiempo lanzamos una pregunta en nuestro Instagram para saber de qué querían que habláramos en el próximo directo, y varias respuestas fueron claras: “Dependencia emocional”.
Nos sorprendió bastante la cantidad de personas que se sumaron al tema y el interés que suscitó, lo cual nos hace cuestionarnos ¿Qué está pasando con este concepto en la sociedad? ¿Cómo estamos viviendo nuestras relaciones?
¡Así que nos lanzamos al tema! Este mes de marzo realizamos un maravilloso directo (lleno de problemas técnicos por nuestra conexión) con la psicóloga Sara Sarmiento de Madrid, ¡que ya está colgado en nuestro canal de YouTube!
A continuación os dejamos las reflexiones que sacamos de ello:
¿Cómo entendemos la dependencia emocional?
Hoy en día, escuchar las palabras “dependencia emocional” nos transportan enseguida a una sensación negativa, y es que el imaginario colectivo ha contribuido a construir una imagen alrededor de este concepto como algo malo, generador de malestar, incorrecto y a ser posible a evitar en el establecimiento de vínculos. Al igual que hacíamos con la vulnerabilidad en el artículo “Reconstruyendo la vulnerabilidad” de proyecto Kahlo, nos paramos a reflexionar cómo es que vivimos estas palabras y esta condición con tanto rechazo.
Lanzamos la pregunta de “¿qué es la dependencia emocional?” en Instagram y nos encontramos con respuestas como:
- La dependencia emocional es necesitar a otra gente para estar bien.
- Necesitar de alguien para hacer cosas.
- Vivir para las demás personas y no saber estar sola conmigo misma.
- Necesitar aprobación y aceptación.
- No quererse ni valorarse.
- Ser humana.
Por lo que podemos concluir que en el imaginario colectivo, la dependencia emocional supone un estado en donde necesito de otra persona para poder estar bien, con quien hacer las cosas y que me apruebe, ya que no sé estar sola conmigo misma, por no quererme ni valorarme (busco esta valoración fuera).
La dependencia emocional cuesta de aceptar ya que se asocia a una posición de inferioridad, está construida dentro de unas dinámicas relacionales asimétricas en donde alguien (en la posición de superioridad) tiene capacidad para la vida y sabe cómo manejarse, y otro alguien (en la posición de sumisión) no tiene ni idea. Si habitamos esta posición de inferioridad se crea una idea de las relaciones en donde intuimos que nuestra persona queda a la espera y en las manos de otra, y esto cuesta de integrar, ya que implica asimilar que nos perdemos y anulamos como individuos (la palabra individuo significa, literalmente, no dividido, en consecuencia, ser entero y completo). La definición en el autoconcepto de no tener habilidades para la vida, de no poder hacer las cosas si no es con alguien al lado nos infantiliza y “degrada” a una posición invalidante, etiquetas con connotaciones negativas en esta sociedad.
En realidad no es del todo mentira esta posición, en cierto sentido si es verdad que no tenemos habilidades, el conocimiento, la capacidad de gestión y herramientas para todo en todo momento, es por ello que la experiencia social hace que el aprendizaje colectivo sea tan potente. Relacionarnos nos aporta en el crecimiento personal de cada una, vamos sumando en tanto que nos vamos nutriendo de otras personas en esos aspectos que en soledad no llegamos. El problema es cuando automáticamente asociamos no tener esa capacidades como signo de error e insuficiencia, el no poder con todo nos lleva directamente a una generalización de que no valgo como persona.
Tomando el concepto de forma neutra sin el estigma social, podemos aventurarnos a decir que la dependencia emocional es algo común. Somos seres relaciones que vivimos en sociedades, rodeadas de personas con las que interaccionamos cada día, y eso nos afecta, define y vincula.
Desde la sistémica se entiende el concepto de dependencia en un contexto relacional, donde ésta es la consecuencia (y no la causa) del modo de relacionarnos en la combinación de simetría – complementariedad con los que se establece la relación. Esto son patrones desde donde nos relacionamos que tienen sus propias características, por lo que las posibles modalidades que puedan darse son cosa de dos.
Si entendemos la dependencia como una posición en donde mis necesidades, actividades, habilidades, emociones son cubiertas por otra persona, porque yo no puedo hacerlo o no llego a ello, también se puede entender en términos de co-dependencia: me quedo “enganchada” en un vínculo ejerciendo poder o control porque dependo de la imagen que eso refleja de mi, necesito del rol que me llena de significado con esta actividad, por lo que la persona en la posición de superioridad también depende de esa relación. Es decir, la dependecia puede darse desde arriba y no únicamente desde la posición de inferioridad:
“Dependo de que dependas de mi”
Cuando la dependencia emocional duele es motivo de trabajo terapéutico
“El primer momento en el amor es cuando yo siento que no quiero ser una persona independiente” (Hegel)
No está mal depender mientras eso no nos haga sufrir comentaba Sara en nuestro directo. La dependencia emocional es motivo de trabajo terapéutico cuando nos duele, pero no solo por este concepto social lleno de prejuicios que interiorizo y el deber de tener que ser independientes y fuertes, sino porque la gestión del vínculo en el que establezco dicha dependencia nos genera demasiada angustia.
La dependencia emocional es una cualidad humana desde donde me vinculo, es un estado desde donde interpreto y actuo la vida y a nosotras mismas, y esta forma de hacer tiene que ver con nuestra biografía. En función de las experiencias afectivas en mi vida, iré creando un patrón relacional: En el entorno social nos definimos mediantes reflejos de las personas con las que interaccionamos (creamos un modelo del sí mismo) y definimos a los demás en términos de confianza (modelo de evitación o intimidad social), y todo esto empieza desde que somos bebés con el sistema de apego, que es la teoría base.
La característica principal de una dependencia que duele es que los límites se pierden, mis límites y los de las demás personas se funden y no existen diferencias: soy en tanto que eres, como si fueras una extensión de mí misma y vivo mi vida a través de ti. ¿No les suena esta idea a un mito del amor romántico?.
La persona dependiente está constantemente en un estado de(estar)pendiente a lo de afuera.
Dejamos de ser dos sujetos que se relacionan para pasar a fusionarnos, cediendo en nuestras necesidades y priorizando las suyas, nos diluímos en la otra persona y nos perdemos de vista. Vivir al servicio de las demás personas nos relega a lo último de la cola, para cuando sobre tiempo y/o espacio (alerta Spoiler, no suele suceder mucho)
Anularnos continuamente para darle lugar a otras personas produce dolor existencial. De tanto no existir solo nos queda que sea el resto quienes se encarguen de propiciarnos nuestras necesidades y cubrirnos nuestras emociones, esa dependencia duele.
La diferencia con una dependencia normal es que deseo apoyo, colaboración, acompañamiento en los lugares donde no llego, sabiéndome individuo completo y con una estructura interna que guíe. Por el contrario, la dependencia que duele me quita del plano de sujeto-individuo, y solo soy en tanto que me hacen existir, en tanto que me dan de afuera lo que no consigo crear dentro (por desconocimiento, porque me han dicho que no sirvo, por heridas personales varias).
Esta es una primera aproximación al concepto para poder resignificarlo e integrarlo de una forma más coherente, ¡Le seguiremos dando vueltas en el siguiente artículo!
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