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En
ocasiones sucede que nos encontramos delante situaciones traumáticas o estresantes, tales como la muerte de un ser querido, la noticia de una enfermedad o vivir un accidente de tráfico.
La palabra trauma viene del griego y significa herida. Si cogemos la definición de la RAE podemos concretar en que un trauma es un choque emocional que produce un daño significativo, se expresa con una emoción o impresión intensa y de larga duración y es producida por un agente generalmente externo. Normalmente esta emoción no cesa esporádicamente, sino que es necesario una consideración especial en el trauma para superarlo.
Hay múltiples situaciones que nos pueden generar alteraciones a nuestro equilibrio general y necesitamos echar mano de ciertas estrategias de afrontamiento, las cuales vamos a describirlas más abajo.
Cabe recordar que estas estrategias también suelen usarse delante situaciones estresantes. Una situación estresante es aquella que nos demanda un incremento significativo y persistente en nuestra activación y nivel de atención, la cual no podríamos atender si no aumentáramos nuestra actividad cognitiva, fisiológica y conductual. De esta manera, las personas nos adaptamos a las exigencias externas y éstas, a su vez, tienen un efecto adverso, definido por Lazarus y Folkmann (1984 / 1986, pág. 43): “(…) es una clase particular de relaciones E-R (entre el estímulo y la respuesta), una relación apreciada (“appraised”) por el sujeto como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar”. Es decir, el estrés se da cuando una situación supera nuestra habitual capacidad de gestión y percibimos que nuestras estrategias de afrontamiento no sirven para hacerle frente satisfactoriamente.
Aquí el problema surge cuando no podemos volver con facilidad al estado anterior a éste, muchas veces debido a la persistencia de los estresores o a la magnitud del impacto en las persona. Hay numerosos estudios que avalan los efectos adversos a largo plazo del estrés, tanto a nivel fisiológico como psicológico. Y son muchas las veces en que nos encontramos con situaciones estresantes. Los estresores pueden ser varios: el trabajo, debido a la exigencia e inmediatez de las demandas o al alto ritmo; en el ámbito de la salud, cuando nos encontramos delante un diagnóstico de una enfermedad; o pueden darse estresores vitales, tales como la muerte de un ser querido. Por eso es importante saber de qué recursos disponemos delante la adversidad, cuáles solemos usar y qué consecuencias se derivan de ellos.
Estrategias de afrontamiento
Las estrategias de afrontamiento (o coping) son ese conjunto de estrategias cognitivas y conductuales que la persona utiliza para gestionar demandas internas o externas, que son percibidas como excesivas para los recursos habituales del individuo (Lazarus y Folkman 1984). Es decir, son los múltiples recursos que disponemos para hacer frente la adversidad.
Cada persona tiene su propia combinación de las siguientes y, a la vez, elegir usar una u otra depende mucho del impacto que esa situación tenga en nosotrxs, de en qué momento vital nos encontremos, etc. Veamos cuáles son.
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1. Encarar el problema.
Esta estrategia se basa en afrontar el problema directamente, de cara a él. Aquí entran todas aquellas acciones que realizamos e inciden directamente en la situación. Suele conllevar un sentimiento de utilidad y está orientado a resolver. En exceso puede conllevar descuidar otros ámbitos de la vida, como cuando nos volcamos mucho en el trabajo por su alta exigencia y no estamos tan disponibles para nuestra vida personal.
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2. Buscar apoyo social.
Cuando surge alguna situación estresante, la persona se orienta hacia su ámbito social, ya que éste le brinda apoyo afectivo, práctico y/o logístico. Este hecho puede ser de muy gran ayuda para poder hacer frente al estresor, ya que la solidaridad recibida nos ofrece una sensación de comunidad, de red, muy valorado. Lo que ocurre es que en exceso puede conllevar una pérdida de autonomía y delegación de nuestras responsabilidades en esas personas, pudiendo así abusar de los demás y evitar confrontar la situación, hecho que contribuye a mantener nuestra inexperiencia en estos casos.
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3. Huir de diferentes formas.
Cuando una situación nos sobrepasa, alejarse de la fuente de estrés se convierte en un recurso muy necesario, y que contribuye a coger distancia emocional. A corto plazo, esto nos facilita gestionarnos aquello que nos genera la situación vivida, ya que períodos de desconexión nos permite reponer fuerzas y volver a ello con más energía.
La huida o evitación puede darse cuando negamos la muerte de una persona querida o el diagnóstico de una enfermedad. Es normal que se dé en el momento de una noticia o evento traumático, es un mecanismo de defensa que activamos de forma automática cuando algo nos resulta muy doloroso o realmente impactante.
En exceso, se da el hecho de “enterrarlo” y no tomar contacto interno con lo sucedido, nos lleva a no elaborarlo, no integrarlo, ya que esta conducta no nos permite realizar el trabajo necesario para superarlo. Esto se da, por ejemplo, cuando después de un suceso traumático o estresante lo contamos como si no nos hubiera pasado a nosotrxs, como si no tuviéramos emociones asociadas o, directamente, no hablamos de ello. También lo vemos cuando nos dedicamos constantemente a realizar actividades, estando continuamente activos, huyendo de nuestro mundo interior y de todo lo que sentiríamos si nos centráramos en él. Esto conlleva un aumento del sufrimiento y una sensación de aislamiento a largo plazo; incluso puede que empecemos a tener síntomas de otra índole.
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4. Distraerse.
Participar en actividades gratificantes es una forma de nutrirnos a través de experiencias que nos aporten descanso, desconexión, sensaciones agradables y satisfactorias. De esta manera podemos coger fuerzas, ya que cogemos distancia con lo sucedido; podemos canalizar nuestras emociones con actividades artísticas o deportivas; podemos relacionarnos (hablando de otros temas) y sentir la amistad y el afecto de las personas cercanas; e incluso podemos aportarnos paz yendo a la naturaleza y disfrutando de ella.
Un exceso de este recurso puede conllevar una búsqueda ansiosa del placer, convirtiéndose así en una conducta evitativa y obsesiva.
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5. Anclarse en lo negativo.
Esto sucede cuando nos quedamos dándole vueltas todo el rato a lo sucedido, en un círculo de preocupación del cuál no podemos desconectar. Aquí se habla de un recurso de introspección, en el cuál aparece nuestro temor e inseguridad ante lo sucedido: los pensamientos negativos, catastróficos, el miedo, la culpa, el dolor… Esto nos puede servir para tomar contacto con nuestro interior, paso imprescindible para la elaboración.
El exceso se da cuando nos aferramos a ello, entonces se vuelve algo constante y repetitivo, como si fuera un círculo de pensamientos y emociones que continuamente se van reproduciendo. Esto comporta que no le veamos salida y, el hecho de estar constantemente en ello, nos genera mucha ansiedad y sufrimiento añadido.
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6. Priorizar lo positivo.
Aquí hablamos de es esa actitud esperanzadora y confiada en nuestros recursos o en el mundo, en que las cosas pueden salir bien. Se puede dar de forma espontánea en fases finales de la elaboración, nos aporta fijarnos en lo positivo que puede conllevar la situación estresante o traumática y ampliar nuestra perspectiva, minimizando así los daños. Es una fuente de crecimiento personal.
En exceso, puede conllevar sentirse único, especial, incluso invulnerable, sobrevalorar las propias capacidades o menospreciar las situaciones y sus repercusiones, ya que se pierde la medida justa de este recurso.
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7. Aislarse socialmente.
Hay personas que delante un evento estresante o traumático, necesitan de su intimidad y soledad. Deciden no exponerse, no explicar, como una manera de protegerse o de elaborarlo en solitario. Esto les resulta muy necesario, de la misma manera que otras personas necesitan del apoyo social.
A medio y largo plazo puede traer un sentimiento de aislamiento no deseado, ya que han propiciado que las otras personas desconozcan y no sean partícipes de su proceso interno.
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8. Calmar emociones.
Aquí hacemos referencia a un recurso del proceso de gestión de las emociones, en dónde la persona decide realizar acciones directas e incidir en reducir la tensión interna. Esto se realiza a través de desahogarse, expresando sus emociones de una manera constructiva, en un espacio y momento adecuado, evitando así desbordarse en otras situaciones.
Luego la persona puede calmarse, retomando la serenidad anterior a la situación estresante o traumática y pudiendo tener la mente más clara.
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9. Luchar.
Hay quien canaliza sus emociones hacia confrontarse con otras personas o hacia si mismx. Se trata aquí de un sentimiento de impotencia por lo vivido, que se canaliza en forma de rabia y agresión.
Cuando es dirigido hacia unx mismx, se dan situaciones de autoagresión en las que la persona se inflige daño de varias formas, ya sea de forma explícita (autolesiones) o de forma implícita (restringiéndose acitividades, asumiendo castigos autoimpuestos o con la alimentación).
Cuando se da hacia los demás, pueden darse situaciones de violencia, malos tratos, agresiones, etc.
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10. El humor.
Este recurso permite tomar cierta distancia con lo sucedido, con lo que conlleva que sea más manejable y desdramatiza lo vivido. Es útil cuando se centra en unx mismx, si no puede convertirse en sarcasmo o burla al ridiculizar a las otras personas.
Como en otros casos, en exceso puede llevar a evitar y no contactar con lo sucedido, dificultando así la superación del trauma.
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11. Acción social.
Hay quiénes delante una situación estresante o traumática, se vuelcan hacia la comunidad y llevan a cabo acciones para implicarla. Pueden contactar o incluso constituirse en alguna entidad, pudiendo así organizarse, colaborar entre ellos, compartir, darse apoyo, hacer frente a futuras situaciones, realizar actividades de conciencia, crear grupos, etc.
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12. Espiritualidad.
Por otro lado, hay personas que delante una situación traumática o estresante recurren a su espiritualidad para dar explicación a lo sucedido o en busca de un sentimiento de apoyo espiritual. Esto les ofrece un marco contextual en dónde entender lo vivido de una forma religiosa, apelando a fuerzas superiores o divinidades.
Todos estos recursos pueden darse en diferentes medidas y en diferentes momentos en una misma persona. Puede ser que solamos utilizar unos más que otros, ya que en cada persona predomina un tipo de afrontamiento en detrimento de otro. Cada uno de ellos cumple una función y responde a una necesidad; todos en su justa medida y en el momento adecuado seguro nos aportan beneficios. Conviene que podamos disponer de cuantos más recursos mejor, ya que así podremos optar por uno u otro dependiendo nuestra necesidad, en vez de actuar automáticamente con únicamente uno de ellos delante situaciones traumáticas o estresantes debido a la falta de alternativas existentes.
Referencias:
Barranco, Carmen TRABAJO SOCIAL, CALIDAD DE VIDA Y ESTRATEGIAS RESILIENTES Portularia, vol. IX, núm. 2, 2009, pp. 133-145 Universidad de Huelva Huelva, España
UN MODELO EXPLICATIVO DE RESILIENCIA EN JOVENES Y ADOLESCENTES1 Alicia Omar, Laura Paris, Hugo Uribe Delgado, Sergio Henrique Ameida da Silva, Junioræ Marcos Aguiar de Souza
SUPERAR LA ADVERSIDAD, revista Cuerpomente nª221, Sept 2010.
LA EXPERIENCIA TRAUMÁTICA DESDE LA PSICOLOGÍA POSITIVA: RESILIENCIA Y CRECIMIENTO POSTRAUMÁTICO
Beatriz Vera Poseck*, Begoña Carbelo Baquero** y María Luisa Vecina Jiménez ***Universidad de Alcalá. ***Universidad Complutense
ESTRES, AFRONTAMIENTO Y ADAPTACION Alfredo Fierro En: María Isabel Hombrados (comp.), Estrés y salud, Valencia: Promolibro, pp. 9-38
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