Si tienes preguntas sobre esto de poner límites, ¡te doy la bienvenida! Hemos decidido hacer este artículo como si fuera un FAQ, siglas que significan Frequently Asked Questions y viene a ser «Preguntas Frecuentes», para así aunar todas aquellas dudas que muchas personas tienen al respecto.
¿Qué es esto de poner límites?
Si nos vamos a la definición de «límite», vemos que es una separación, física y/o simbólica, que determina la separación entre dos cosas. A nivel relacional, poner límites implica frenar algo, pararlo, detenerlo, declinar, incluso rechazar, y sirve para luego poder mandar el siguiente mensaje:
¡Yo quiero otra cosa!
De esta manera podemos entender que se está poniendo una separación entre yo y la otra persona/situación. Se hace a través de multitud de acciones y contextos, desde rechazar el ofrecimiento de comer más hasta decirle a una persona que no se quiere seguir en el vínculo.
¿Para qué sirven?
Es una forma de salir de una situación para poder entrar en otra más de acuerdo con nuestros deseos y voluntades, ya sea desde decir que se prefiere asistir a otra fiesta o decir que se desea dejar de responsabilizarnos de todas las tareas de casa.
De esta manera, poner límites implica que mis deseos y voluntades son puestas sobre la mesa, lo cual conlleva que se pueda regular e incidir en los vínculos que estoy estableciendo, adaptándolos a mis preferencias, cambiando aquello que no nos esté gustando y transformándolas hacia aquello más coherente con nuestra persona.
A la vez, es una manera de defender o reivindicar mi «Yo», ya que cuando me decido a poner mi límite, decir «hasta aquí» y hablar sobre qué quiero, estoy reconociéndome, aceptándome, asumiéndome y cogiendo las riendas de la situación.
¿Cuando es necesario?
Claramente, cuando nos estemos viendo en una situación que no esté en coherencia con mi persona, ya sea porque no nos gusta, no la deseamos o no es nuestra voluntad, y que incluso quedarse en ella puede resultarnos perjudicial, en cuanto que pueden ser abusivas, agresivas, incluso violentas.
Si, por multitud de factores, no estoy conectando con mi interior y no reconozco que estoy en estas situaciones, dejaré que éstas sigan siendo, a pesar de que en una parte de mi me doy cuenta que algo no me está gustando. Hay que decir que no siempre se pueden poner límites: hay circunstancias personales que sobrepasan nuestro ámbito de actuación y nos obligan a permanecer en una situación aunque yo sea consciente de que no la deseo. En estas situaciones muchas veces ocurre que la persona empieza a tener síntomas, ya que ineludiblemente nuestro interior se expresa de alguna manera.
¿Cómo se hace?
¡Aquí está el kit de la cuestión! Antes de ir a responder, os diré que sé de primera mano que lo que voy a decir se dice rápido, pero que luego a la práctica cuesta mucho más.
Veamos, el primer paso es estar en conexión con mi interior, de una forma tal que me dé cuenta que algo de lo que está ocurriendo me molesta, me resulta desagradable y, por lo tanto, lo rechazo. Luego, se trata de pensar de qué manera puedo poner límites, aquí muchas veces la asertividad es muy necesario ya que me permite ver cómo puedo decir aquello que quiero de una forma respetuosa y por último, queda pasar a la acción.
¿Por qué me cuesta tanto?
Muchas veces, poner límites puede resultar desagradable para quien los recibe, ya sea porque no esté acostumbrada o porque no sepa encajar situaciones donde se les esté parando y negando aquello que tanto venían recibiendo. Y entonces es cuando esa persona se frustra y, ¿cómo lidia con eso? Aquí ya se abre todo un abanico de posibilidades: o lo acepta o se enfada, se ofende, se queja,… Si estás en una situación donde temes que el otro los reciba así, seguramente esto te coarta.
Además, las personas que hemos sido socializadas como mujeres, suele costarnos bastante más esto de poner límites. ¿Por qué? Pues porque uno de los mandatos de las mujeres es el de estar disponible, física y emocionalmente, para lxs demás siempre que lo requieran, independientemente de lo que nos ocurra a nosotras. Cuidar, sostener, hacernos cargo, descentrarnos de nuestros deseos, responsabilizarnos de la otra parte, etc. son procesos muy típicos de mujeres, aunque también hay personas socializadas como hombres que también los ejercen. Pero recordemos que históricamente la mujer ha vivido sometida al hombre (de verdad, hasta hace 100 años el salario de la mujer ¡era propiedad del hombre!) y eso aún perdura en nuestra sociedad, a menor escala eso sí, ya que gracias a las luchas feministas, ¡esto está mejorando!
Otras veces, puede ser que rechazar una parte implique renunciar a un todo que también tiene ventajas, son estas situaciones en que viene implícito perder algo que sí queremos. Por ejemplo, quiero ponerle límites a mi jefe pero sé seguro que sí lo hago, me va a despedir; en esta situación poner límites ya no se ajusta solamente al hecho en sí, sino que tiene unas implicaciones para nada deseables para mí (o sí, a saber).
¿Qué parte de mi me ayuda a poner límites?
El mandato que hablábamos antes tiene implícito lo siguiente: no puedes negarte. Esto conlleva que en todas las situaciones en que yo me he visto obligada a decir que sí, cuando realmente si me hubiera escuchado hubiera dicho que no, he aprendido a atender a las otras personas por delante de escuchar mis deseos y voluntades. Esto ha hecho que mi parte que me revindica esté cada vez más lejos de mí y me cueste más acceder a ella.
¿Y cómo accedo a ella? Pues con la rabia. Ella es la emoción que me da la siguiente información: esto no me gusta, no estoy de acuerdo, esto lo rechazo,… Permitirnos sentir esta rabia es vital para conectarnos con esta parte más profunda que grita «¡No!» a una situación. Ahora bien, rabia no es lo mismo que violencia o agresividad. Conectar con ella no lleva implícito que yo vaya a ser agresiva con otras personas, ya que la rabia, como emoción, se vive en un espacio interno que puede o no expresarse en el exterior.
Como dice Mª Jose Pubill, la rabia es la gasolina del yo, que bien canalizada, se vuelve constructiva y no destructiva.
Se trata de aprender a conectar con ella, vivirla, sentirla en el cuerpo, experimentarla y aprender a transformarla para que se vuelva energía que nos movilice hacia poner límites.
¿Existe una manera de poner límites y que los demás no se enfaden?
El hecho de cómo la otra persona recibe nuestros límites, en parte depende de cómo se lo digamos y en parte depende de cómo sea ella. Si bien es verdad que la asertividad es clave para transmitir mi mensaje de forma respetuosa, no siempre va a ser aceptada de buenas formas. Esto ya depende de la otra parte y, como hemos dicho antes, de cómo encaje el hecho de que le pongan límites, cómo lidia con su frustración, cómo es capaz de cuidarnos en nuestros deseos, etc.
Si después de leer el artículo tienes alguna más, ¡puedes dejarlos en los comentarios!
Dejar un comentario