Últimamente, cada vez más gente habla sobre las emociones y parece que estamos empezando a situarlas como parte importante en nuestro día a día. Por mi parte, cuánto más consciente soy de ellas, más me doy cuenta que conviven con nosotres, nos suceden y no podemos esconderlas, por mucho que lo intentemos.
También se habla un montón sobre gestionar nuestras emociones, a lo que tengo que decir que realmente, gestionar es todo aquello que hacemos delante de ellas, ya sea sentirlas, taparlas con comida, controlarlas, intentar mantenerlas a ralla y seguir sonriendo…etc. Lo que resulte de nuestra gestión, ya es otro tema, ya que dependiendo lo que hagamos con ellas, tendremos unos resultados u otros, ¡así es!
Hay muchos temas que se pueden hablar sobre las emociones, pero en este artículo quiero centrarme en el concepto que Daniel Goleman denominó “secuestro emocional“, ¿os suena? Hace referencia a cuando aparece la vivencia de que las emociones nos controlan y entonces aparece el fenómeno de dejar de ser yo misma para pasar a ser mi emoción. Aquí, es ella la que decide y nos lleva a decir o hacer cosas que realmente no haríamos en otro estado, con las consiguientes consecuencias desagradables que conlleva, por ejemplo, dañar a mi compañero por contestar de manera impulsiva e hiriente.
Hay que decir que ésto no es algo que nos ocurra por voluntad y de manera racional, sino que en ese momento nuestro cerebro límbico se adueña del córtex (a través de ciertos mecanismos fisiológicos en donde no vamos a entrar) y como resultado tenemos a nuestra persona adueñada por la emoción. Las evidencias científicas al respecto son contundentes: se vio que es el cerebro límbico el que se pone al volante en esos momentos, nos domina y pasa a ser el que manda en nuestro cerebro y, por lo tanto, en nuestra persona (Goleman, 1996).
Entonces, ¡claro! Imaginaros cuando estáis totalmente secuestrados por la emoción, desbordados por todos esos mecanismos activados, vuestra amígdala haciendo de las suyas y de golpe, alguien te dice: “Tienes que tranquilizarte” o empieza a racionalizar y hablarte sobre cómo deberías abordar el tema en cuestión y lo mal que lo estás haciendo… A ver, yo no sé vosotres, pero a mí ¡eso me acelera aún más!
Y no sólo en nuestra vida cotidiana, también en multitud de artículos (escritos por profesionales de la Psicología) nos dicen que tenemos que fomentar nuestra inteligencia emocional para hacerle frente y que eso se hace incorporando nuestra racionalidad en esos momentos. Pero sabéis, ni de lejos creo que eso sea posible estando el sistema límbico dominando el espacio neuronal, ya que si bien es cierto que la racionalidad es algo que puede beneficiarnos mucho en ciertos aspectos y momentos, no es la única opción que se deba utilizar en todos los casos, siempre, a todas horas. Deberíamos resituar la racionalidad en un sitio menos dominante y darle más espacio al mundo emocional para desarrollar esa inteligencia, aprendiendo del lenguaje propio que poseen.
Citando a David Goleman:
No es que pretendamos eliminar la emoción y poner la razón en su lugar –como quería Erasmo-, sino que nuestra intención es la de describir el modo inteligente de armonizar ambas funciones. El viejo paradigma proponía un ideal de razón liberada de los impulsos de la emoción. El nuevo paradigma, por su parte, propone armonizar cabeza y corazón.
Hasta ahora, las funciones racionales han dominado el panorama en muchos ámbitos, y que queréis que os diga, cada vez la perspectiva de género me tira más y veo cómo ésta apología de la racionalidad viene de la dominancia que ha tenido durante milenios el género masculino en todas las áreas científicas. Éstos han situado las capacidades de instrumentales (todas aquellas habilidades cognitivas y de destreza) como el súmum de todo. En parte me parece idóneo que la razón sea parte de la resolución, ya que su aportación es muy necesaria, pero creo que estamos obviando un montón de cosas cuando se pretende que la razón sea la única solución a nuestra emociones. Si bien es verdad que en parte las capacidades instrumentales son muy útiles para desarrollarnos en nuestro mundo, existen las llamadas capacidades relacionales (ponen énfasis en el cuidado de la relación, la dedicación, la compasión, el acompañamiento,etc.) las cuales pueden aportarnos mucho más que solamente un dictamen sobre si lo que siento está bien o mal.
Vale… ¿Y qué hacemos con ello?
Volviendo al momento del secuestro emocional, nuestro cerebro racional en ese momento esta inhibido, entonces apelar a él es tan útil como mear de cara al viento, como diría mi abuela. Es decir, yo no estoy decidiendo sentir, me está sucediendo. Afrontamos esta vivencia como si fuera nuestra decisión estar en ese estado, cuando realmente lo único que podemos hacer es desarrollar la capacidad de afrontarlo de una forma que sea menos “dañina” tanto para mí, como para las otras personas.
Así que el objetivo para abordar los secuestros emocionales no es tanto dominarlos o controlarlos, sino por un lado desarrollar estrategias para que en ese momento concreto en que ocurran no estén decidiendo por mí y, por otro lado, acercarnos a ver qué nos están diciendo tan importante que debamos escuchar, aprender ese lenguaje que tienen, cómo es en mí, hacía dónde me llevan, qué hacer para integrar ese mensaje en mi vida, ya que esa fuente de información ¡soy yo misma hablándome!
Además, si esto fuera poco, este proceso propicia estar más conectada conmigo, ya que voy a escucharme y a incorporarme en mi vida, cosa que me llevará a vivir de una forma más coherente y respetuosa con mi persona, mis valores y mi ética.
¿Por dónde empezar?
Pues sería genial empezar por aclarar cuál es la función de las emociones y resituarlas en el lugar que les pertoca.
“Casi todo el mundo piensa que sabe qué es una emoción hasta que intenta definirla. En ese momento prácticamente nadie afirma poder entenderla” (Wenger, Jones y Jones, 1962)
Pues sí, ¡con eso nos hemos encontrado! Aún así, hay varios aspectos centrales en dónde muches autores y profesionales coincidimos, vamos a verlos.
A grandes rasgos, las emociones nos dan información sobre qué consideramos importante, determinan qué consideramos prioritario de la situación dada, que suele ser diferente a lo que la razón dice, ya que ésta se regula en un sentido de justicia, lo que está bien y lo que está mal, la moral, lo bueno y malo. Las emociones por su lado, nos hablan de nosotres, de lo que realmente es significativo e importante en mí y para mí, nos guían y ayudan a mejorar nuestra toma de decisiones, y “establecen las metas donde luego actuará lo congitivo (lo racional)” (Greenberg, 1997). No se trata de una valoración fría e irracional de los pros y los contras de una situación, sino que su lenguaje es distinto, el cual podemos captarlo a través de nuestro cuerpo, a través de sentirlas.
Regulan el funcionamiento mental y organizan tanto el pensamiento como la acción que se lleva a cabo. Es por ello que las emociones resultan el mecanismo por el cual nos adaptamos al medio: sin ellas no sabríamos cuando algo puede ser peligroso o cuando alguien está abusando de nosotres.
Estas movilizan mecanismos en el cuerpo para su fin, como por ejemplo cuando varía nuestra respuesta cardíaca y con ella la distribución sanguínea del cuerpo, aumenta la tensión muscular, se acelera la respiración, se segregan ciertas hormonas,… Éste es su lenguaje. Hablamos de todo un conjunto de reacciones fisiológicas coordinadas por un mecanismo bien complejo, del cual el sistema límbico es el director principal e involucra tanto nuestro cuerpo como nuestra consciencia.
Estos mecanismos preparan al cuerpo para reaccionar a una situación mediante la emoción, la cual nos está indicando qué es primordial en ese momento, cuál es el objetivo principal, la meta:
- El miedo nos indica que lo principal es ponerse a salvo, ya que puede existir una amenaza a nuestra integridad. Entonces, delante del miedo lo que voy a necesitar es protección.
La rabia nos indica que algo nos está dañando y debemos salir de esa situación, normalmente lo que necesitamos es desahogarme dándome el permiso de expresarla (no tiene porqué ser contra una persona, ¡hay muchas maneras!). - La tristeza nos indica una pérdida irreparable y nos lleva a una introspección para cumplir su necesidad: poder reajustarnos a la situación irremediable, así como a una necesidad de búsqueda de contacto.
- La alegria, por su lado, nos preparar para compartir y cooperar, fortaleciendo los vínculos que establecemos y obtener satisfacción.
Estas son las emociones primarias, que vienen a ser “las respuestas emocionales fundamentales o iniciales a los estímulos externos (Goleman, 1997). Pero hay muchas otras, como las llamadas emociones secundarias o las instrumentales, que están más mediatizadas e influidas por la sociedad; tienen su propia entidad y características particulares y son también muy habituales: vergüenza, culpa, amor, afecto, resignación, etc. Están configuradas ya no sólo por el sentir, sino por todo un entramado de pensamientos, creencias y vivencias que dan complejidad su explicación, ¡cada una da para un artículo completo!
Entonces, una vez tenemos esto claro, el siguiente paso es conocernos emocionalmente para poder incidir en la emoción que predomina en mí, lo que va a requerir, en un primer momento, ver qué es lo que necesito para disminuir su intensidad; aquí damos paso al trabajo personal y único, en dónde podemos usar todo un bagaje de recursos que influencien directamente en la emoción.
Y luego podremos ir a elaborarla.
Fuentes:
https://blogs.eitb.eus/inteligenciaemocional/2008/08/08/title-25-5-2/
https://sebasmorellijaimez.com/2016/08/30/secuestro-emocional/
L. Greenberg, S. Paivio, “Trabajar con las emociones en psicoterapia”, 1997, Editorial Paidós.
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